miércoles, 24 de abril de 2013

El último pétalo ~ Introducción + Capítulo 1 y 2♥

Una chica nueva, un nuevo instituto, un sueño, un ídolo.

Adrenalina, motores, sexo, peligro, escapadas, lágrimas, sonrisas y alguien que le enseñó a nunca decir nunca.¿Todo puede cambiar del cero al cien en cuestión de segundos? Ellos lo saben muy bien.


Justin y Rouse, dos adolescentes que tienen mucho que compartir juntos.


El destino queda escrito.



'Una nueva vida, empezar de cero, conocer esos amigos que jamás tuve, enamorarme, dar mi primer beso, sonreír cual tierno bebé al que le hacen cosquillas, vivir como nunca antes lo había hecho… Bueno, quizás no fuese tan malo. Quién sabe, quizás me arrepienta o tal vez le dé las gracias a Dios por apoyarnos en este viaje. Lo que tengo claro, es que una vez enciendes el motor ya no hay marcha atrás. Puedes dar la vuelta, pero eso sería de cobardes. Una vez aprietas el acelerador de tu vida, de tus sueños, está prohibido mirar hacia atrás. ¿Por qué piensas que el retrovisor de los coches es más pequeño que el cristal frontal? Porqué el camino que te queda por recorrer y por vivir, siempre será más importante que el que dejas atrás. Recuerda siempre que el pasado tan solo es una parte más de tu vida. Tu presente, y todo aquello que te queda por vivir es lo que realmente te mantiene vivo'


Sonreí al volver a leer lo que acababa de escribir, y cerré mi pequeño cuaderno al que llamaba diario. Realmente, ese pequeño diario guardaba todos y cada uno de los momentos importantes que me sirvieron de referencia para mirar hacia delante en todos estos años. Sus primeras hojas casi estaban deterioradas. –Pasé el dedo por encima de aquellas letras prácticamente incomprensibles, escritas hacía unos siete años. Mis labios se curvaron, mostrando nostalgia ante aquellos tiempos, y comencé a leer en mi interior.


“¡Por fin es verano! He sacado muy buenas notas y papá está muy contento conmigo. –Un escalofrío recorrió mi cuerpo. – Dice que soy su preferida, pero que no se lo diga a Brittany porque se enfadará con él. Brittany es mi hermanita. Ella tiene 16 años y, ¡es la mejor hermanita del mundo! Pero ahora se ha vuelto un poco torpe… he visto fotos de un chico en su ordenador. ¡Creo que es su novio! Pero todavía no se lo ha dicho a mamá… Alomejor es que quiere mantenerlo en secreto, o alomejor se van a ir los dos al país de nunca jamás y no quieren decirlo… Bueno, diario, ¡la próxima vez que nos encontremos seguro que te tengo que contar muchas muchas cosas! Un besito tan grande como un oso. ¡Adiós!”


Pasé la página. Había pasado casi un año desde que había vuelto a escribir.


“¡Hola de nuevo diario! Hoy es mi décimo cumpleaños, me han regalado muchas cositas. Papá se encuentra un poco mal, pero seguro que es un catarro de nada… Eso me dice mamá. Papá nunca se ha puesto malito; seguro que es por decir eso, pues ahora se ha puesto malito. Mamá dice que ahora con diez años estoy más guapa y que ya soy toda una mujer. Brittany sigue con su novio. Se llama Brian, es muy guapo. ¡A mí me gusta! Seguro que cuando sea mayor deja a mi hermana y se hace novio mío. ¡Hasta la próxima!”


“Querido diario, ha pasado un año desde que no te cuento nada. Ya tengo once años, Brittany acaba de cumplir dieciocho, y Brian cumplirá pasado mañana diecinueve. Papá todavía sigue enfermo. Mi madre dice que no pasa nada, que estará bien en cuestión de semanas. Confiaré en ella. Después de todo, no me queda otra. Ayer discutí con Sarah, mi mejor amiga… Y ahora no quiere hablarme. Pero bueno, estoy acostumbrada, no pasa nada. ¡Hasta la próxima!”


“Ha pasado un año desde que di por perdido este trocito de recuerdos… Creí haberte perdido cuando nos mudamos de casa. Hoy, rebuscando entre las cajas que quedaron por vaciar, te he encontrado. Han cambiado muchas cosas en mi familia, en casa, en todo… Papá nos dejó hace un año. Su enfermedad no se curó. Mi madre me había estado mintiendo todo este tiempo. Justo cuando cumplí trece años, dos semanas después, mi padre marchó. –Sentí como una lágrima desbordaba mi lagrimal, bailando así sobre mi mejilla – Nos hemos mudado de casa. Mamá no levantaba cabeza y no podía seguir viviendo allí. Ahora tengo 14 años, y sigo adelante con este recuerdo tal y como puedo. No te olvidaremos nunca. Te quiero, papá.”


Las demás páginas estaban en blanco. Suspiré.


Lo cierto es que estos dieciséis años de mi vida no han sido del todo agradables… Hay personas que dicen que la felicidad no está hecha para ellos… Pero yo pienso, que son tales personas quien no saben encontrarla. La felicidad no existe; no es más que una sensación. Y si, es cierto, nosotros mismos no podemos decidir lo que sentimos, ni las sensaciones que recorren nuestro cuerpo, pero si podemos ayudar a hacerlo. Todos aquellos que dicen que nunca han sido felices, que nunca han sentido la sensación de sonreír porque sí, siento decir que mienten. Recuerdo haber visto muy pocas veces mi propia sonrisa, pero la he visto. Quizás mi vida en Arizona no fuese del todo una vida deseada, pero era vida. Quizás solo tuviese un amigo, el cual me fallase cada semana, pero lo tenía. Quizás haya llorado más que reído, pero lo hice. Tal vez cualquier persona en mi situación se hubiese derrumbado ante el mundo, pero yo no voy a darle ese gusto.


Voy a demostrar aquí y ahora que yo soy más fuerte que el dolor.


Mi madre Lauren, no soportó el hecho de vivir en la misma casa en la que mi padre Andy, cuyo nombre real era Andrew, nos dejó. Ni ella, ni yo. Mi hermana hace un año que se fue a vivir con Brian. Ahora, ella tiene casi veinticuatro años, y él, veinticinco. Si, siguen juntos desde hace seis años. Son realmente adorables; siguen teniendo esa chispa del principio de su relación. Es precioso ver como dos personas pueden amarse durante tanto tiempo, cada día más. Realmente no tengo mucha fe en el amor. Nunca me he enamorado; tampoco he tenido muchas oportunidades para hacerlo. Pero ellos, son realmente ejemplares. Mi hermana es una chica realmente envidiable; sus ojos son azules como el cielo, y su pelo es de un castaño teñido; pues ella nació rubia. Es una persona abierta y liberal, es una hermana y una mejor amiga a la vez. Hace tiempo que no tenemos contacto, pero aun así, no la he olvidado. Mi madre estuvo mirando billetes de vuelo hacía Los Ángeles como mi decimosexto cumpleaños, dejando así todos esos malos recuerdos allí, en Phoenix, Arizona. Hoy me encuentro tan solo a una hora de llegar a Los Ángeles, sumisa en mis propios pensamientos, mirando como dejamos atrás todas esas acumulaciones de vaho a las que llamamos nubes. Son realmente bonitas de cerca. ¿Nunca habéis tenido la curiosidad de meteros en una nube? Yo lo estaba haciendo justo en este momento. –Sonreí al recordar este pensamiento.


Siempre había sido una chica fría y tranquila, a veces incluso demasiado tranquila. Pero desde que murió papá, las cosas habían cambiado. Me refugié en la música. Yo era la ‘rarita’ a la que todos usaban para reírse y pasar un buen rato, y luego, tiraban a la basura. Los típicos chulos del instituto se burlaban de mí, cosa que me hizo rebelarme contra ellos y contra todos los que se interpusieran en el camino. Comencé a tener problemas, a saltarme las clases por evitarlos, a crear una coraza y una máscara a mi exterior que no dejaba ver cómo era realmente… Espero que, ahora, todo cambie. Poder empezar de cero suena bastante bien. Quizás en esta nueva vida, conozca a esa persona que me diga que me equivocaba, y que el amor sí existe. 


Alguien me enseñó a nunca decir nunca.




Capítulo 1

_Rouse, eh, cielo. Despierta, hemos llegado ya. –Alguien acariciaba mi rostro, pero el sueño me impedía reconocerle.

_ ¿Hmm? –Intenté decir.


_Que ya hemos llegado –Mamá rió. –Te has quedado dormida. Estamos a punto de aterrizar. –Me comunicó con una sonrisa.


_ ¿Tan pronto? –Me restregué los ojos, bostezando a la vez, desperezándome y haciendo gran ruido. Una señora que permanecía a mi lado me miró con cara de pocos amigos y se cambió de asiento. –Oiga seño… -Intenté decir.


_Shht –Rió mamá. –Eres un oso perezoso Rouse. Abróchate el cinturón.


El altavoz del avión anunció el aterrizaje. Un bebé que viajaba cerca de mí, comenzó a llorar por la presión del avión. Su madre le acurrucó y le besó en la frente, tranquilizándole. Una punzada atravesó mi pecho, recordándole a él. Suspiré y por fin aterrizamos. Tras 2 minutos, la gente comenzó a hacerse multitud y a pelearse por ver quién salía primero. Esperé a que se vaciase un poco, y salí en busca de mi maleta.


_ Mamá… -Le llamé.


_ ¿Sí?


_ ¿Dónde vamos a vivir?


_En Los Ángeles. –Sonrió ampliamente, dejando ver toda su dentadura.


_Viva tu inteligencia mamá. Viva… -Mis ojos dieron la vuelta con pesadez, a la vez que soltaba todo el aire en una pequeña carcajada. – No, ahora enserio.


_Ya lo verás cielo. –Puso su mano en mi hombro y bajamos del avión.


Los Ángeles… maravillosa ciudad. Increíble, preciosa, un sueño… Empezar de cero desde aquí, tiene que ser increíble.


A penas faltaba un mes para que se terminasen los días de instituto, pero bueno, estaba obligada a ir… Por suerte, o más bien por desgracia. Conocería nuevas personas, nuevas amistades… Quizás así podría pasar este verano acompañada de alguien y no sola, como solía pasarlos. Suspiré y miré al cielo. Debo sonreír por esta oportunidad que la vida me regala. Debo sonreír por mamá, quien está siendo lo más fuerte que puede. Debo sonreír por ti, papá, que me cuidarás siempre estés donde estés. –Sonreí al cielo y cerré los ojos, dejando que una brisa de aire fresco me aliviase el calor que pasaba en esos momentos. Me fijé en un hombre con un pequeño cartel en el que estaba escrito ‘Risbourn’, mi apellido.


Reí.


_Mamá, creo que es aquí. –Llamé a mi madre, la cual vino al trote con su maleta. No pude evitar reír.


_ ¿Es usted la señorita Risbourn? –Preguntó recto y seriamente aquel hombre.


_Eh, sí. Encantada. Rouse Risbourn. –Le tendí la mano, pero me hizo caso omiso y fue directamente a coger mi maleta, dejándome allí, saludando a la nada. Mamá me vio y me estrechó la mano riendo.


_Lauren Risbourn, preciosa.


_Idiota… -Reí.


_Por aquí si son tan amables. –Volvió a comunicarnos aquel hombre.


_Claro. –Contestó mamá. Entramos en el taxi y me fijé en un pequeño cartel que había pegado en el techo. “Brian Jefferson”


_ ¿Es usted el señor Jefferson? –Le pregunté curiosa al conductor, quien no separaba la vista de la carretera. No me contestó. Tosí en busca de una respuesta.


_Afirmativo, señorita Risbourn. –Contestó al fin, muy firme. Abrí mucho los ojos y volví a acomodarme en mi sillón, mirando por la ventana del taxi. Mamá reía bajito. Le miré y paró, disimulando como si nada hubiese pasado.


_No se ha notado, mamá


_ ¿Decías cielo? –Volvió a reír. – Jefferson, aquí, por favor.


_Entendido. –Contesto este. Giró el coche bruscamente, haciendo que todo mi cuerpo se tambalease, y paró en seco dejándome así pegada al sillón que tenía justo en frente.


_La próxima vez te pondrás el cinturón Rouse. –Me dijo mamá al verme tan… cariñosa con el sillón. –Cierra los ojos preciosa.


_ ¿Qué cierre los ojos? –Pregunté extrañada.


_Sí, ciérralos. Quiero que sea una sorpresa. –Los cerré. Noté como mamá me tomaba de la mano y me sacaba del coche. –Hasta luego Jefferson. –Fue lo último que escuché.


Noté como si doscientas treinta y cinco mariposas volasen por mi estómago en ese momento. Estaba nerviosa. Realmente nerviosa. ¿Por qué no me había dejado ver mi propia casa? Lo cierto es que no sabía si realmente quería verlo. Nada más pusiera un pie en esa casa, querría decir que todo lo vivido quedaría totalmente enterrado. No pensaba volver jamás a Phoenix… Allí yace la persona que amo y amaré siempre, pero eso solo me proporciona dolor y más dolor. Sé que no le olvidaré nunca, vaya donde vaya. Así que, ¿por qué no sonreír como nunca, y reír por siempre?


_ ¿Preparada?


_No. –Contesté sin pensar. –Es decir, sí. No sé. Tal vez. ¡Oh, mierda, déjame ver ya!


_ ¿Eso es un sí? –Rió mamá.


No contesté, llevé mis manos a las suyas, destapándome así los ojos. Los abrí muchísimo, tanto que creía que se me saldrían de sus órbitas. Me llevé las manos a la boca, con asombro y miré a mamá con ojos brillantes


_ ¿Te gusta? –Preguntó con amplísima sonrisa, realmente orgullosa de mi reacción. No pude contenerme y le abracé. Le abracé muy fuerte. Volví a mirar hacia el frente, admirando mi nueva casa.


Era completamente la casa de mis sueños…


Desde pequeña, siempre me había gustado dibujar… De hecho he pintado bastantes retratos por los cuales algunas personas me ofrecían dinero, pero lo rechacé. En uno de mis dibujos, hecho a los trece años, dibujé una casa. Una casa, de dos plantas, con tejas azul oscuro y las ventanas del mismo tono. Un sendero de piedrecitas lisas acompañaba desde la entrada hasta la puerta de la casa, separada por un precioso y pequeño jardín con algunos arbolitos de tamaño mediano y muchas flores rodeadas de piedras simulando una maceta, pero desde el suelo. Por la parte de atrás, continuaba aquel precioso jardín, en el que lucía una piscinita muy curiosa, hecha de madera, imitando la vida del campo. La casa estaba rodeada de una valla marrón, y justo en la puerta, había un buzón con mi apellido. En la segunda planta de la casa de aquel dibujo, había un balcón que daba a la parte trasera de la casa y correspondía a la que sería mi habitación.


Recordando todas y cada una de las partes de aquel dibujo, fui siguiendo la casa. Era completamente igual a la cual tres años atrás yo mismo había dibujado en un simple papel de folio. Se me llenaron los ojos de lágrimas.


_Es la casa de mis dibujos, de mis sueños… Oh, mamá. –Volví a abrazarle fuertemente y sentí como una lágrima se deslizaba por mi mejilla. No hice nada por evitarlo. -¿Cómo lo has conseguido?


_Eso siempre será un secreto. –Me besó la frente, pasando su brazo por mi hombro, y sonrió. -¿Quieres verla por dentro?


_ ¡Claro! –Contesté entusiasmada. Le robé las llaves que bailaban entre sus manos y eché a correr hacia la casa. Abrí la puerta y entré, sonriendo como una niña pequeña. Sí, todo era como en mis dibujos.


Allí estaba el salón, con dos sofás cuyas fundas eran de color beige. A la izquierda se encontraba la cocina, preciosa, toda decorada con detalles de madera y de tonos marrones y blancos. A la derecha y separada de los sofás, había una mesa de color madera clara, rodeada por sillas bastante cómodas al parecer. Había una habitación a lado de las escaleras, cerrada por una puerta, en la cual lucía una pequeña placa blanca que decía ‘Invitados’, al igual que estaba pintado en mis dibujos. Sonreí y subí las escaleras a toda prisa. Mamá me seguía con respiración agitada por mis carreras, cosa que me hizo reír. Dos bonito pasillos me recibieron al subir las escaleras; uno a cada lado. Justo en frente había un portón de cristal que daba a una pequeña terraza. Entré y abrí la boca con admiración. Se veía toda la puesta de sol en la playa, allí a lo lejos. Me mordí el labio inferior y sonreí feliz. Volví a entrar y comencé a abrir puertas. El baño, la habitación de mamá, con una cama de matrimonio de sabanas verdes pistacho que me produjo nostalgia. Siguiente puerta, una sala de estudio. Había un ordenador de color negro pequeñito, una estantería y un bonito sofá de color madera, al igual que la estantería, repleta de libros. Adoraba leer. No había más puertas, con lo que fui directa al final del pasillo, a la otra parte de la escalera, casi corriendo, donde se encontraba la última habitación. Aquella puerta lucía otra placa pequeña coloreada con la bandera de estados unidos, en la que estaba escrito de color plata: “Rouse’s room”. Sonreí. Sabían que amaba el inglés y todo lo relacionado con América y Reino Unido. La abrí y el mundo cayó a mis pies. Me llevé las manos a la boca, incrédula. Mi madre todavía estaba viendo el baño.


_ ¡Mamá! ¡Ven! –Le llamé. Se giró bruscamente y vino casi con la lengua fuera. -¡Mira! –Mi emoción era sumamente notable.


_ ¿Qué pasa? ¿No te gusta?


_ ¿¡Eres idiota!? –Entré lentamente en aquella habitación. Mamá observaba desde la puerta.. El armario era de madera blanca, decorado con símbolos musicales. Lo abrí; era grande… Demasiado, no tenía tanta ropa, solía vestir sencilla. Reí y miré a mamá.


_Así lo quisiste pequeña. –Rió conmigo.


Continué observando mi trocito de mundo. Una cama de color lila claro, muy suave y blandita estaba en el centro de la habitación. Un escritorio de color blanco y una silla del mismo tono que la cama, y lo que más me llamó la atención, una pared de color lila muy claro, al revés de las demás paredes, las cuales eran de color beige En esa pared estaba escrito en grande y bien pintado, de color negro: ‘Believe’, seguido de pequeñas mariposas que desaparecían a medida que iban subiendo. Volví a llevarme las manos a la boca. Pasé la mano por encima de aquella frase en mi pared. Era real. No estaba soñando… Todo esto estaba sucediendo de verdad. Al lado, estaba la puerta de madera que daba al balcón.


_Aun no has visto lo mejor cariño. – Mi madre me tomó de la mano y me llevó hasta una puerta corredera que había en una de las esquinas de la habitación. La abrió. Dentro había un precioso piano negro, las patas del cual eran blancas. Sus teclas, perfectamente blancas, estaban intactas. Mis ojos se llenaron de lágrimas.


_Es el piano de papá… -Intenté decir, con voz casi inaudible.


_Lo es. Quiso que fuese tuyo. Veía los ojos con los que le mirabas cuando tocabas. Confiaba en que tú hagas lo mismo. Yo también lo espero Rouse.


Me senté en aquel sillón negro y puse mis manos sobre las teclas. Una lágrima estaba en guerra con mis ojos, pero no la dejé ganar. Suspirando fuertemente, abrí los ojos. Pasé la mano por todas las teclas, haciéndolo sonar en escala. Mil recuerdos me vinieron a la mente. Aquella lágrima ganó inevitablemente. La retiré con el dorsal de mi mano. Al cerrar la tapa de las teclas, una nota se dejó ver.


“El día que falte, será siempre tuyo.


Para mi pequeña Rouse, con cariño,


Papá”


_Tienes que contarme muchas cosas. –Reí también y le abracé con fuerza. –Gracias mamá. Eres única.



_Lo mereces cariño, lo mereces. –Me besó la frente.


Capítulo 2

Viernes, trece de mayo.

Ha pasado un día desde que vine a Los Ángeles. La verdad es que todo esto es nuevo para mí. Nunca había tenido la oportunidad de vivir un sueño. Me siento una princesa en un simple cuento; aquella princesa que asoma su rostro por la ventana del castillo que todas las niñas quieren ser cuando son pequeñas. Así me siento yo. Asomo la cabeza por la ventana y observo la calle, el aire azota mis pensamientos, dejándolos libres, dejándolos volar. Lo vuelvo a hacer. Mis labios se curvan, una sonrisa interfiere en su camino. Vida nueva. Nuevas oportunidades, ¿qué más puedo pedir? Vivo en la casa de mis sueños, con alguien que siempre me ha apoyado y sé que siempre hará. Le veo desde aquí, acaba de caérsele una caja al suelo. Está mirando a todos lados, asegurándose de que nadie le ha visto. Ahora está riendo por lo que acaba de hacer. Sigue sacando cajas de aquel camión. Jefferson conduce. La verdad, no sé de dónde ha salido Jefferson. –Río para mi interior. –Anoche caí rendida en la cama. He dormido exactamente trece horas y sigo cansada. Si Brittany estuviese aquí, me habría despertado tirándome un cubo de agua a la cara. –Sonreí con añoranza. –Lo cierto es que la echo de menos. Hace un año y poco más que no veo a mi propia hermana. De vez en cuando hablamos por teléfono, y siempre, siempre, me hace reír como cuando éramos pequeñas y jugábamos a ser peluqueras.

No me quejo de Los Ángeles, sería de locos poner pegas a mi situación, para ser sinceros, me encanta estar aquí. Mañana tengo que ir a recoger los libros para entrar en el instituto. Aunque sea solo un mes, estoy obligada a ir. Mamá se encargó de matricularme hace unas semanas. Este lugar es precioso. Por la noche, el sol cae y la luna hace presencia sobre nosotros, Los Ángeles cobra vida propia y se enciende hasta la luz más alta del campanario. Si te paras a escuchar, puedes oír esos corazones enamorados que se encogen al ver el espectáculo juntos, de la mano. Puedes escuchar sus latidos allí a lo lejos, puedes escuchar el suspiro de aquellas señoras quienes ya no tienen con quien compartir ese momento, puedes escuchar el sonido de los labios al curvarse de adolescentes que observan desde su ventana como el mundo duerme por un segundo, para volver a despertar momentos después.

Creo que puedo acostumbrarme a esto.”

Cerré mi diario y me puse en pie. En un pijama corto, de verano, salí a la terraza.

_ ¡Mamá! –Grité. No me escuchó.

_ ¡Maaamá! –Seguía sin escucharme. -¡LAUREN! –Grité esta vez con más fuerza. Se giró y me sonrió.

_ ¡Ey! Hola princesa, ¿ya has desayunado? –Me dijo, alzando la voz desde aquel camión, con dos cajas en la mano una encima de la otra.

_Sí, ¿necesitas ayuda? Te veo algo… angustiada. –Reí.

_Si insistes… Ven, corre, aun quedan unas cuantas.

Cerré el balcón y bajé a toda prisa, antes cogiendo una manzana del bol de frutas. Mamá había hecho la compra. Miré la hora, las 11:25 de la mañana. –Vaya, que madrugador. –Pensé. Debía haberla hecho a algo así de las nueve, o diez como mucho. Llevaba tiempo escuchándole fuera.

_Ya estoy aquí. –Dije mientras le daba un mordisco a la manzana.

_ ¿No decías que ya habías desayunado? –Preguntó mamá extrañada.

_Fí, fero efque tenía haambbe. –Intenté decir, con un trozo de manzana en la boca

_ ¡Rouse!

_Perdón. ¿Qué hay que cargar?

_Tu aquellas de allí, que pesan menos.

_Oh, mamá. No soy un bebé. –Repliqué.

_Bueno, coge la que quieras. –Dijo mamá, encogiéndose de hombros. En ese momento, otro coche bastante grande pasó por al lado nuestra. Me avergoncé, pues estaba recién levantada, con un pijama demasiado corto, y con calcetines de conejitos. El conductor miró a mamá y le hizo un gesto con la cabeza en señal de saludo. Él respondió. Ese hombre, con una gorra en forma de boina y una peculiar perilla, me resultó familiar.

_ ¿Quién es? Me suena. –Le pregunté a mamá mientras cogía otra pequeña cajita, la cual llevaba pegada una minúscula mariquita. –Hola pequeña. –Le dije antes de que echara a volar. Sonreí.

_ ¿Te suena? Imposible. Vive aquí, y nunca hemos venido.

_ ¿Vive aquí y ya le conoces? –Me extrañé.

_Le ayudé esta mañana con su mudanza

_Entonces, no vive aquí. –Reí. Mamá me miró confuso y se contagió de mi risa.

_Pues habrá venido de vacaciones… -Me encogí de hombros y asentí, terminando de cargar la última cajita. En total, había unas quince cajas. –Bien, ahora vamos a llevarlas dentro.

_ ¿Qué hay dentro? –Le pregunté.

_En las de color gris hay ropa, en las verdes hay decoraciones que teníamos por casa y en las demás… -Se quedó pensativo unos segundos. –No me acuerdo. –Rió.

_Bien mamá. Buen trabajo. –Reí también y le ayudé a meter las cajas dentro. Unas manos cogieron la misma caja que yo. Miré hacia arriba. Otra vez ese hombre

_Permíteme bonita. –Solté la caja avergonzada y un poco asustada al no esperarle ahí. –Oh, lo siento. Te he asustado

_No, no, lo siento yo por mi reacción. –Reí. Le tendí la mano. –Rouse Risbourn. –Él me la estrechó.

_Jere… -Mamá le cortó.

_ ¡Vamos Rouse! Esas cajas no van a entrar solas. –Reí y miré a aquel hombre, a la espera de que repitiese su nombre. No lo hizo. Me quede intrigada mientras nos ayudaba a mí y a mamá a cargar las cajas.

Me resultaba muy extraño ver a ese hombre. Era como si le conociese de algo, pero realmente, no sabía de qué. Fruto de mi imaginación. –Pensé. Siempre había sido muy creativa, amaba escribir, leer, la fotografía, la música, y cualquier vía de escape del mundo real que me hiciese soñar e imaginar cosas posiblemente imposibles. Al terminar de cargar las cajas, dejé a mamá y al extraño vecino hablando y ordenando las cosas, y subí a mi habitación. Había un gran espejo al lado del armario. Pasé por enfrente y observé mi reflejo. Comencé a hacer caras extrañas a la vez que reía, hasta que me di cuenta de que si en ese momento alguien me estuviese viendo, sería lo último que querría saber de mí. Me senté en el suelo, y suspiré. Seguía observando mi reflejo. Era… rara. Diferente a las demás. Yo no era la típica barbie rubia de ojos azules, o la morenaza de ojos verdes por las que todos los chicos se volvían locos. No tenía un cuerpo perfecto, tenía defectos como cualquier otra persona, pero aun así, soy feliz. Una persona sin defectos, no es nada, todos tenemos algo que no nos guste de nosotros mismos, y no por eso hay que machacarse a si mismo… Tan solo hay que saber convivir con ellos.

Mi cabello es de un marrón rojizo que pocas personas tenían, y mis ojos, de color gris, eran la envidia de mi padre. Él los tenía marrones como la miel, eran preciosos, pero a él no le gustaban. Mi madre los tiene de color verde, como Brittany, y mi abuela, del mismo color que yo. Mi melena era ligeramente ondulada, a veces papá me llamaba ‘La chica bombín’, ya que cuando hay humedad se me revuelve el pelo con facilidad. No me importaba, me resultaba gracioso. Para mí el pelo no es algo que deba estar imprescindiblemente perfecto. Me levanté y observé mi cuerpo. No tenía una talla espectacular de pecho, pero me conformaba con lo que tenía. Me veía bien. No soy de las típicas que cuando ven un simple punto negro en sus caras se tiran doscientas horas llorando… Me gusta cuidarme, sí. Pero tengo prioridades que el físico. Lo importante nace y yace en el interior de las personas. Sonreí. Mis dientes eran blancos, mis colmillos era señalados cual vampiro, y mi tono de piel blanco iba acorde con ese parecido. Reí.

_Soy un vampiro. –Bromeé para mí misma.

_ ¿En serio? Vaya… -Me sorprendió aquel vecino en mi puerta. Me asusté y tragué una gran bocanada de aire, llevándome la mano al pecho.

_ ¿No le han enseñado a usted a llamar a la puerta? –Dije mientras recobraba el aliento, avergonzada, pues me había escuchado.

_Lo siento. –Rió.

_No importa. –Sonreí. - ¿Qué hace aquí?

_Tutéame bonita. –Asentí, encogiéndome de hombros, mientras me levantaba del suelo. –Lau me dijo que te llamase, quiere que le ayudes a colocar cosas íntimas… De mujer. –Terminó. Empecé a reír por su rubor. –Pero te vi observándote y haciendo muecas demasiado graciosas y no pude evitar mirar. –Me sonrojé.

_Que vergüenza. –Dije riendo tímidamente. –Gracias por el aviso, enseguida bajo. –Sonrió, se dio media vuelta y cerrando la puerta me dejó ahí sola. Suspiré y miré por la ventana. Un joven de cabellos castaños claros me imitaba desde la puerta de la casa del vecino; estaba metiendo cajas dentro. Debía ser su hijo. Desvié mi mirada a su trasero.

_ ¡Rouse! –Me regañé a mí misma. Comencé a reír. No sabía por qué acababa de hacer eso, pues nunca lo había hecho. Sentía curiosidad por saber quién era. Bajé las escaleras y me encontré con mamá.

_Cariño, puedes guardar tus cosas en el baño de arriba. Yo utilizaré el baño de aquí, abajo. –Me informó mamá.

_ ¿Tenemos dos cuartos de baño? –Pregunté extrañada. No había visto el de la primera planta.

_Sí, pero como ayer eras un pequeño terremoto, pasaste de largo esa puerta. –Señaló una puerta al otro lado de la escalera. –Me sorprendí. Estaba al lado de la habitación de invitados y no me había dado cuenta.

_Oh. –Dije, risueña. –Cogí una caja cargada de cositas de mujer. –Oye… vecino. –Dije, al no saber su nombre. Mamá y él, comenzaron a reír.

_Perdona, la culpa es mía. No te dije como me llamo. –Suspiró, calmando su risa. –Jeremy. Me llamo Jeremy bonita.

_Jeremy… -Susurré. Maldita sea, cada vez parecía resultarme más familiar. Jodida imaginación.

_ ¿Sí?

_ ¿Te conozco de algo? –Me lancé. Mamá comenzó a reír.

_Puede se… -Mamá le cortó.

_Como vas a conocerle, Rouse. Deja de decir estupideces, anda, corre a ordenar tus cosas

_ ¿Nunca te han dicho que es de mala educación cortar a las personas al hablar? –Le repliqué. Con las mismas, subí la escalera, cargada con esa cajita de color rosita. Oh, mierda. No le había preguntado lo que tenía pensado. Mamá me había hecho cambiar mis pensamientos.

Al terminar de ordenar el baño, volví a mi habitación. Miré aquella puerta corredera en la que se encontraba el piano de papá. La abrí y me senté en frente de él. Escuché un ruido detrás de mí, pero no hice caso. Puse mis manos en sus teclas, y música nació de aquel instrumento. Pocas veces había tocado el piano, pero papá siempre me tocaba una nana que me hacía llorar. Desde pequeña me la cantaba cuando no podía dormir, y fue la última canción que me dedicó antes de marchar. Recordé todas las notas. Tras un par de minutos, paré. Suspiré, guardando mi emoción y mis lágrimas. Sonreí y escuché, lentamente, unas palmas chocando entre sí; aplaudiendo lentamente. Me sonrojé y giré mi cuello despacio, observando de reojo. Jeremy.

_ ¿Otra vez tú? –Reí.

_Tocas muy bien. ¿Puedo? –Dijo, señalando una silla.

_Claro, siéntate, no debes preguntar eso.

_Me recuerdas a mi hijo. –‘Click’. Su hijo. Ese chico de cabellos claros, esa figura que me hizo sonreír pícara. Ese traser… ¡Rouse!

_No sabía que tenías un hijo. –Me giré para observar el piano, haciéndome la tonta.

_¿Enserio? –Dijo mirando interesado la otra parte de la habitación, la pared en la cual ponía “Believe”.

_ ¿Debería saberlo? –Me interesé. Volví a girarme.

_Lo sabes.

_ ¿Cómo? –Pregunté, sin saber de qué narices me hablaba.

_Nada –Rió. –Nada cielo.

_ ¿Cómo se llama tu hijo?

_Jeremy. –Contestó nervioso. –Jason. –Rectificó. -¡Jaden!

_ ¿No sabes cómo se llama tu hijo? –Estallé en carcajadas

_Sí… -Rió falsamente. Justamente, entró mamá. ¿Hoy era día de interrupciones?

_Rouse, ¿por qué no invitamos a Jeremy a cenar?

_Oh, no, no. Gracias. –Contestó él. –No puedo dejar a mi hijo solo.

_Pero… ¿qué edad tiene tu hijo?

_Diecinueve. –Contestó. Papá estalló en carcajadas.

_ ¿No puedes dejar a un chico de diecinueve años solo en casa? –No paraba de reír. –Está bien, está bien. Dile que venga.

_Bueno… -Jeremy no parecía muy convencido. -¿Y tú, Rouse, qué edad tienes?

_En unas tres semanas cumpliré diecisiete. -Sonreí. Él asintió.

Esperaba impacientemente a ese chico de cabellos claros y buen cuerpo. No sé por qué, pero deseaba conocerle. Nunca había querido conocer a nadie, casi no tenía amigos. Era una persona fría y extraña. La rarita del grupo. No solía relacionarme con las personas, no solía salir de fiesta cada sábado como cualquier adolescente de mi edad, no solía emborracharme y fumar hasta ponerme ciega, de hecho nunca lo hice. Lo máximo que bebí fue champán cada fin de año. ¿Fumar? No conozco esa palabra. Tampoco tenía a nadie con quien salir de fiesta y bebernos hasta las copas de los árboles. Desde que mamá murió, mi alma viajó con ella. Volver a sentir las ganas de conocer nueva gente, me hacía sonreír. La añoraba.

Abrí el armario en busca de algo que saliese de lo normal, sin terminar de entrar en lo formal y llamativo. Recién salida de la ducha, y con el pelo mojado, sentía algo de frío, ya que el balcón estaba abierto de par en par. Lo cerré, la noche empezaba a caer. Antes, me fijé en la casa de Jeremy. Una de las habitaciones estaba encendida. Vi su silueta tras las cortinas. Sonreí y no sé la razón, pero silbé fuerte. Una, dos, veces. ¿Qué estaba haciendo? Llamé su atención. Corrió la cortina, dejando ver su rostro. No pude apreciarlo, la distancia me lo impedía. Llevaba los pelos revueltos, dándole un toque sexy. Me mordí el labio. Pero qué diablos… Me vio. Me escondí tras la puerta, asomando la cabeza y sonriendo como una niña pequeña jugando al escondite. Me sentía bien. Volví a mirar, él sonreía. Me saludó, en función de que me había visto. Me ruboricé y cerré la cortina. A los pocos segundos, él cerró la suya. Me senté en la cama, con el pijama, y terminé tumbada sobre ella, sonriendo al techo. Suspiré. Quería conocerle. Él también me resultaba familiar.





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Mil gracias.

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